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Un viaje de ida y vuelta a Malvinas!

Desde que tengo uso de razón, me pregunto qué sentido tienen los conflictos armados.

Hace unos años, allá por 2017, me llamó mi padre un sábado a la noche y me preguntó si tenía el pasaporte vigente. La respuesta fue contundente: ¡NO! “¡Qué pena!”, me dijo, “hay un lugar en el vuelo que sale en 3 horas rumbo a las Islas Malvinas, para llevar a los familiares de los caídos”.

En ese momento, me quedé con la sensación de que son más Falkland que Malvinas; necesitamos tener pasaporte vigente para pisar suelo argentino.

Hace unos meses, me avisaron que estaba la posibilidad de ir a las islas acompañando a los familiares. No era seguro, pero estaba la posibilidad, y eso ya me movilizaba cada fibra del cuerpo. Esta vez sí tenía el pasaporte al día. También seguía haciendo ruido tener que usar el pasaporte para pisar suelo argentino.

Pasaron los días y las semanas, y el día se acercaba y la ansiedad crecía. No estaba la confirmación, sí del vuelo, sí de los trámites diplomáticos, pero no sabía si yo iba a tener lugar en ese vuelo.

La última semana de noviembre llegó el llamado: “Homero, ¿tienes el pasaporte al día?” “¡SÍ!”, respondí. “Genial, el próximo miércoles 4 de diciembre a las 2 de la mañana salimos para las islas”.

¿Cómo te preparas para ir a las islas? En tu fuero íntimo y las cuestiones más concretas. Yo, por lo pronto, lo único que hice las últimas semanas fue pensar en el viaje y contarle a cada alma que estuvo dispuesta a escuchar, y a las almas que no estaban dispuestas, también les conté que me iba a ir a pisar suelo argentino.

La recepción de la noticia tuvo tres formas, todas incluyen la felicidad de mi viaje. Estuvieron los que me dijeron: “¡LLEVAMEEEEE!”, estuvieron los que me contaron su historia con las islas, por familiares, amigos, padres o hermanos de amigos, y los que simplemente dijeron: “Qué hermoso, Homer, cuando vuelvas contame todooooo”.

A menos de 24 horas de la partida, seguía sin creer que posiblemente pisara suelo argentino en el Atlántico, suelo tan caro para los sentimientos de les argentines. Me quise fijar qué temperatura iba a hacer en las Islas Malvinas, y no, no aparecían en la página, no las encontraba en ella. Voy al mapa, me deslicé hasta las islas y, claro, no las encontré porque esa página las tenía identificadas como FALKLAND. Dolor, dolor, dolor.

Pasado el espanto, vi que la temperatura rondaría entre los 4º y los 7º, con posibles ventiscas y el cielo cubierto. ¿Ustedes tienen ropa para el clima húmedo, frío y ventoso del Atlántico Sur? Yo no tenía, ¡y los PIBES DE MALVINAS TAMPOCO!




Les digo que los 7º de las islas son como -78º en cualquier ciudad, te calan los huesos. Los isleños nos decían que el día estaba re lindo, de los mejores del año. No me quiero imaginar lo que es un día feo, como los que vivieron los PIBES de MALVINAS.

Llegó el día, miércoles 3 de diciembre, salimos rumbo a Ezeiza. A las 23 teníamos que embarcar. El vuelo estaba completo: familiares, gente de la comisión “FAMILIARES DE COMBATIENTES CAÍDOS EN LAS ISLAS”, periodistas y otras personas, entre las que estaba yo, sin tener en claro por qué estaba ahí, pero tratando de estar a la altura de la situación.

He tenido la suerte de haber volado desde que tengo 7 u 8 años, pero nunca estuve tan nervioso. Anuncio de que vamos a despegar, el carreteo, la velocidad, se levanta la trompa del avión, gravedad, inercia y no sé cuántas fuerzas más, y ya estábamos rumbo a pisar suelo argentino. Eran las 01:30 de la madrugada, el sueño se empezaba a hacer realidad.

Cada vez que vuelo, me pregunto cuántas personas de las que están en el avión vuelan por primera vez. Esta vez, la pregunta fue: ¿cuántas de estas personas irán por primera vez a pisar suelo argentino y podrán despedirse finalmente de sus seres queridos? Información para que dimensionen lo que esto significa: les mapadres de los caídos son personas de más de 80 años, muchos ya fallecidos y nunca pudieron ir a rendir homenaje. Entender esto hizo que el viaje tenga más potencia, si algo le faltaba.

Por cuestiones logísticas, el itinerario fue: partimos desde Ezeiza hacia Río Gallegos, escala técnica para cargar combustible. Tardamos menos de 3 horas de vuelo y paramos 1 hora. Les juro que en ese momento la ansiedad era monumental.




Nunca había volado sobre el océano, una experiencia en sí misma. Salimos de Río Gallegos de noche y aterrizamos ya amanecido. Pudimos ver entre nube y nube el suelo de las islas, suelo argentino. Si ahí nos volvíamos, yo ya estaba satisfecho.

A las 7:30 de la mañana del 4 de diciembre de 2024, pisé suelo argentino. Bajé de las escalinatas del avión y respiré, traté de tomar la mayor cantidad de aire. Esto fue interrumpido por los gritos de un milico inglés, diciendo algo que después entendimos: le estaba pidiendo a un pasajero que borrara las fotos que había tomado. Claro, el aeropuerto es una base aérea de la ROYAL AIR FORCE, y no se puede tomar fotos por seguridad de la potencia que nos robó las islas.

Luego de que el pasajero entendiera lo que le pedían y lo hiciera, seguimos viaje hacia el cementerio de DARWIN.

Pasamos por migraciones y nos sellaron el pasaporte. Sí, tengo un sello en el pasaporte porque pisé suelo argentino robado por los ingleses, un dolor que fue el pago para poder seguir. Lo nuestro no se compara con lo que vivieron los PIBES de MALVINAS. Salimos del aeropuerto y nos esperaban 4 colectivos para trasladarnos al cementerio. Nota al pie: no supe cómo hacer para que me dieran agua caliente para el mate, desde las 21 del día anterior que no tomaba. ¿Cómo se dice en idioma imperialista que quieres agua caliente para el mate?

Desde el aeropuerto hasta el cementerio son casi una hora y media de caminos de ripio, bien cuidados, pero camino de tierra. A la vera de la ruta pudimos observar los vestigios de la guerra: trincheras, alambre de púas, pozos de zorro donde los soldados apuntan con sus armas. No vi un solo árbol en todo el viaje. El paisaje es similar al de la Patagonia, más húmedo, más frío, más desolado, como si se hubiera librado una guerra en esos parajes.

El cementerio de DARWIN está en una lomada. El colectivo nos dejó a unos 300 metros de distancia. En ese momento veníamos de 10 minutos de lluvia y aguanieve. Cuando los colectivos se detienen, se despeja el cielo, y cual película, salió el sol e iluminó el cementerio. Se detuvo el espacio-tiempo, fue maravilloso.

Otra vez nos vinieron a buscar y nos llevaron hasta las puertas del lugar de descanso de los PIBES de MALVINAS. Al costado había 3 carpas de campaña y algunos baños químicos. En las tiendas estaba todo preparado para tomar algo calentito. No sé si ya se los dije, pero hacía mucho frío, y con cada temblor pensaba en los PIBES, con frío, hambre, todos mojados y con miedo. Nunca dimensioné lo que es el clima, lo que es la soledad del paraje. Solo puedo vislumbrar lo que es el miedo, la angustia y la tristeza que debieron sentir.

Las emociones que sentí fueron tan variadas, intensas y variopintas. Al llegar al cementerio sentí PAZ, como que estaba en un lugar familiar, pero no me animaba a cruzar la cerca blanca de madera. Ese antiguo lindero, los ingleses le dirían LANDMARK, era como un mojón que marcaba un límite. Junté aire y di un paso hacia adelante. Ahí me di cuenta de que en ese rectángulo estaba pisando suelo argentino, volvía a estar en casa: pasto verde, piedras blancas cubriendo las tumbas y una cruz blanca impoluta cual granadero rindiendo guardia de honor por la eternidad.

Misión cumplida, estaba donde nunca me animé a soñar estar. Y ahí levanté la mirada y vi a las madres, padres, hermanas y hermanos, sobrinos, esposas e hijos, los familiares. Algunes ya habían venido y sabían cómo moverse, y hacían de guías improvisados a los neófitos. Cada persona fue encontrando a quien venía a buscar, tantas historias como personas estábamos ahí.

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